Prince sigue haciendo de las suyas. Mientras llega con nuevo álbum y su simbología característica como título, firma un contrato multimillonario, de ciencia ficción, y deja al mundo boquiabierto. El genio de Minneapolis ya está aquí de nuevo.
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Mi nombre es Prince. Exactamente, ese es el nombre del tema, la clave para acceder al nuevo álbum del genio de Minneapolis. Álbum que, esta vez, no tiene ni título siquiera. Ya sabemos que el título se corresponde a la ambigüedad sexual que Prince creó. Un símbolo que reparte el signo masculino y femenino utilizados en genética a partes iguales, como si el mundo reconociera su extraña ambigüedad sexual. ¿Masculino o femenino? Suena como a una película de la nouvelle vague de cine francés. De Goddard, probablemente. Pero una vez más, el álbum es intenso, apasionado, eléctrico. Puede que hasta genial. No tenemos fundamentos ni tiempo todavía para saborearlo. Muchos menos fundamentos tenemos para adiviniar si realmente Time-Warner le va a soltar cien millones de dólares como compromiso del nuevo contrato, que casi llega hasta el año 2000 y que convierte poco más o menos a Prince como en vicepresidente de la compañía, con todos los honores de ejecutivo y responsable supremo de una parcela tan fundamental como la de dirección artística. El contrato no sólo se limita a la responsabilidad de Prince como gestor de su propia compañía, Paisley Park, sino que incluso va a tener decisión sobre decisiones artísticas de la toda poderosa Time Corporation. ¿Qué quiere decir eso? ¿Va a tener incluso potestad sobre el próximo disco de Madonna, como ejecutivo de la compañía? Sería imposible. Rozaríamos la ciencia-ficción.