30 de septiembre de 2012

Paisley Park (El alma de las cosas)


"(...) Y jugó a que las cosas tenían alma, y con el alma cobraron vida. Y en esa fascinación, el mundo recuperó su sentido". (J.Crasol, 1969) 
  

No lo recuerdo, han pasado muchos años y el dato se me esconde entre los recovecos de la memoria... ¿Cuándo fue la primera vez que supe de la existencia de PAISLEY PARK, la casa/estudio de Prince? Ahora lo digo así, tan normal, como si llevara toda la vida ligado a ese edificio, pero eso no es posible; por las fechas de su construcción y por la edad que yo tendría entonces tuvo que haber una primera vez, en algún momento concreto tuve que leer o escuchar por vez primera que Prince, aquel músico que había conseguido que yo le prestara atención, vivía y trabajaba sin descanso en una mansión construida por y para la música. No, no lo recuerdo, pero sin duda fue antes de saber que ese músico, ese tal Prince, llegaría a ser tan importante para mí, y muchos años antes de pasar en aquel Templo una de las semanas más indelebles de mi biografía.  

Porque hace veintiocho meses yo estuve en Paisley Park, embriagándome de música y calor humano. Fue aquella irrepetible semana del mes de junio del año 2002, cuando Prince nos fascinó a todos los presentes con siete (ocho, en realidad) maravillosos conciertos, precedidos cada noche por otras siete actuaciones de escogidos artistas invitados, quienes, sin entrar en detalles, estuvieron a la altura de aquella fiesta. La "CELEBRATION", conocida aquel año como "XENOPHOBIA". Y aunque hubiera grandes y lógicas restricciones no sólo se accedía a las salas de conciertos: se podían visitar algunos salones, deambular por pasillos, tocar mesas de grabación, acomodarte en sillones, presenciar charlas de músicos y técnicos de sonido... ¿Qué alma sensible a la música de Prince, qué alma sensible a la música, qué alma sensible no quedaría embrujada ante aquellos estímulos?  

Y antes de aquello pero sobre todo después, he conocido amigos a los que al hablarles de mi experiencia me han sorprendido con pensamientos parecidos a que algún día en su vida, sin importar cuándo ni cómo, visitarán Paisley Park. Y lo expresaban como un estigma mental, como un compromiso personal ineludible. Y yo, pétreo de mí, tuve que estar allí y digerir lo que me estaba ocurriendo para descubrir y abrazar ese sentimiento que, ahora entiendo, yo no busqué; él vino a mí y me sacudió en los cimientos hasta convencerme, como ya dijera el poeta, de que cuando a las cosas se les encuentra el alma éstas nacen a la vida, y devuelven al mundo su olvidado sentido.  

Mientras buscáis la manera de dar vida a vuestro sueño, disfrutad de mis recuerdos. Sé que voy a alargarme aunque intentaré ser selectivo. Va por vosotros.  

Llegar a Minneapolis puede ser tan sencillo como coger un avión (o varios) y se acabó. Pero cuando el día de salida coincide con una Huelga General que presumiblemente va a paralizar el país, la cosa cambia. Éramos tres, Delores, Bastich y yo, y llegamos a destino arrastrando una gran suma de nervios y de fatiga tras pasar una noche tirados en el aeropuerto de Zúrich, semidurmiendo en los asientos de plástico; sesenta horas transcurrieron desde que salí de Donostia/San Sebastián hasta que pisé suelo en MPLS. Allí nos separamos y yo me junté con Julia y Angie, "mis niñas", dos hermanas de Los Ángeles con las que apenas había cruzado un par de correos electrónicos, y que junto con Todd, un chico de Chicago que llegó horas más tarde, completábamos la habitación de un hotel. Nuestra convivencia fue óptima, y teniendo en cuenta que no nos conocíamos de nada, se puede decir que fue "mejor que óptima".  

Afortunadamente para mí, "mis niñas" hablaban español porque su madre es mexicana. Este comentario sobre el idioma no es ninguna tontería, yo no hablo inglés, así que un alto grado de despiste -al que no estoy acostumbrado- acompañó mis andanzas de aquellos días. En general, supe salir airoso de todas las situaciones que se me presentaron (soy un chico con recursos), y también aproveché para hacer el idiota de vez en cuando con mi irrisorio bagaje anglófono. Aunque a veces conseguí sorprenderme a mí mismo hilando frases entendibles, reconozco que hubo muchos momentos, la mayoría, en los que me ardían las tripas al no poder hablar y expresarme, ¡con lo que a mí me gusta soltar el rollo!  

La primera reacción de los americanos con los que compartí esperas y conciertos cuando les decía que yo no hablaba inglés era de sorpresa gorda, y me preguntaban de dónde venía y si en España no se habla inglés y cosas parecidas. Pero una vez que asumían que no, que yo no hablaba inglés pero que estaba allí como un campeón, se esforzaban en ayudarme como si fuera un familiar o un amigo de toda la vida. Para todas aquellas personas, que no fueron pocas, sólo tengo palabras de agradecimiento. En este plano personal, Paisley Park sólo me deparó alegrías.  

Rara vez he visto caer tanta agua azotada horizontalmente por un viento del demonio como la primera mañana que desperté en MPLS. Mientras "mis niñas" y Todd seguían durmiendo, en el silencio de la habitación, el simple pensamiento de que eso pudiera ser una constante para toda la semana me trae a la memoria desagradables imágenes de desconcierto. Dejó de llover bien pasado el mediodía, pero fue una jornada muy dura y muy larga, que se convirtió para mí en una continua tromba de sentimientos y emociones; ciertamente, aquel primer día fue muy parecido a una de esas noches con pesadillas provocadas por una mala digestión, dulce y paradójicamente mezcladas con los plácidos sueños de las noches de amor.  

Reconozco que fue una magnífica sorpresa la primera aparición ante mis ojos de Paisley Park. Surgió de repente, a través de la chorreante ventanilla del coche conducido por Todd. Estaba a mi izquierda, más cerca que lejos, y el manto gris de aquel día más la lluvia que no cesaba hicieron que aquella visión se pareciera más a un recuerdo que a una realidad material. Pero allí estaba, un par de curvas, menos de un minuto faltaba para que yo pisara el terreno privado de Prince.  

El objetivo de acudir a Paisley Park aquella mañana era el de recoger los abonos (comprados a través de internet, a dos por persona como máximo) y dar el primer paseo por la zona visitable del edificio. A mí se me complicó el plan porque mi entrada -yo no era NPG member- la había conseguido Delores en el último momento, desde Madrid, suplicándosela a un inglés del que no sabíamos nada. Sí, como suena, yo fui a MPLS, viajé sesenta horas y más si hubieran sido necesarias, SIN SABER SI EXISTÍA MI ENTRADA. Vamos, con dos cojones. Ahora puedo reírme, pero la osadía no hizo nada agradables mis primeras horas en Paisley Park.  

Retomando la cronología...  Nada más bajar del coche coincidimos con Delores y Bastich, mis compañeros de viaje, que me confirmaron la existencia del inglés porque le habían conocido en el hotel, pero no tenían mi tarjeta. Enseguida comprobamos que la organización tampoco había previsto aquella climatología tan adversa, y bajo una carpa en la que entraba el agua por todas partes repartían los pases con enormes dificultades. Como el inglés que tenía mi abono no aparecía, me compré una entrada de 10$ para acceder a Paisley Park. ¡Y qué sorpresa me llevé al cruzar la primera puerta!  Lo primero que escuché fue la voz de dos chicos hablando en castellano. Qué mejor sitio que el recibidor de Paisley Park para iniciar una relación que tan buenos ratos nos ha hecho pasar desde entonces. Allí, tras poner los pies dentro del castillo, conocí a mis actuales compadres Integra y Sweez.  

Llegado a este punto ya puedo decir que Paisley Park no me gustó demasiado. Ni por fuera ni por dentro. Cuando digo que no me gustó me refiero a que no es un edificio que deslumbre por su belleza. Por fuera es bastante soso, eso ya lo sabía por las fotografías, pero una vez allí la impresión visual lo confirmó: soso. Por dentro la cosa cambia un poco, hay más vida y colorido, y también soy consciente de haber visto sólo una pequeña parte de la casa. Aún así, tampoco puedo decir que fuera fascinante, dudo mucho que aquello que yo vi pueda dejar boquiabierto a nadie. No es que esté mal, pero mi opinión, insisto, es que todo era muy normalito, más normal de lo que esperas encontrar en la mansión de alguien que está forrado de pasta. Eso sí, estoy hablando de estética, no de las impresiones que todo aquello me hizo sentir, que fueron muchas.  

Los teléfonos móviles y las cámaras de fotos estaban absolutamente prohibidos de antemano, todo debía quedarse en los coches. Tampoco se podía fumar, que es algo que yo agradezco mucho. Luego controlaban con el detector de metales uno a uno a todo el que entraba, aunque lo hicieras diez veces al día. Personalmente, esas medidas de seguridad me parecieron correctas, a mí no me incomodaron, aunque más de una vez pensé en las dificultades que aquello supondría para los pirateadores, que, sin duda, estarían intentando introducir grabadoras en Paisley Park.  

Nada más entrar, a la izquierda, había una pequeña tienda de merchandising con precios altísimos, al menos para mi economía. A la derecha los servicios. Al fondo había una puerta, y doblando a la derecha llegabas a la sala pequeña -no tan pequeña- de conciertos, donde dieron charlas los días sucesivos o donde está la pantalla gigante en la que emitieron algunos vídeos. Allí también estaba la puerta de acceso a la sala principal de conciertos, pero doblando a la izquierda. Ese lío de varias puertas en tan poco espacio fue importante para mí porque ahí, gracias a ese juego de entradas y salidas, yo me tropecé de morros con Prince unos días más tarde. Qué momento.  

El pasillo por el que dejaban avanzar quedaba a la izquierda, unos pasos más allá de la tienda. En la pared colgaban premios, discos de oro y de platino y demás galardones. Sí, debo reconocer que me quedé bastante embobado más de una vez mirando aquellas paredes. Daban ganas de coger alguna de esas reliquias y salir corriendo, pero mi cerebro me devolvía a la realidad con la fantasía de que algún perverso sistema de alarma estaría conectado a las alcayatas. A veces soy muy tonto.

A la izquierda del pasillo entrabas en un salón muy grande, cargado de incienso. En las paredes se podían contemplar fotos de Prince, instrumentos y paneles con letras de canciones. En aquella sala todo me parecía muy kitsch, sí, era bonito, pero algo cutre que no soy capaz de explicar le quitaba encanto. En la pared del fondo de esta habitación una puerta daba acceso a una cancha de baloncesto, o salón de baile, o mezcla de las dos cosas. Allí, en medio, estaba la moto de "Graffiti Bridge", y podías montarte en ella y sacarte una fotografía por 5 ó 10$, no lo recuerdo. Yo no me saqué ninguna foto, pero sí salí en una en la que nos juntaron a varios de los que estábamos en la cancha con una abuela, una chica embarazada y algunos niños. A alguien se le ocurrió organizar una foto multigeneracional y allí me planté yo representando a los veinteañ... a los treintañeros. ¿Dónde estará esta fotografía?  

La última zona visitable era un estudio de grabación y sus salas de descanso anexas. Ahí sí que me sentí a gusto, era la zona perfecta para dejar volar la imaginación y sentir que Prince habría grabado allí vete a saber cuáles de tus canciones favoritas. Sonaba, no recuerdo si a diario, el concierto de Nueva York de la gira de aquel año, pero yo no prestaba atención a la música, para mí en aquel estudio y en aquella sala donde a lo largo de la semana pasé largos ratos tirado en sofás y cojines, había vibraciones, magia en estado puro. Cerraba los ojos y sentía que ya había estado allí miles de veces. Los abría y miraba fijamente a la cristalera traslúcida del estudio de grabación, y me relamía dando libertad a mis pensamientos.  

Pero volvamos al primer día. Tras visitar todo lo visitable, estuve plantado de pie en el recibidor no sé ni cuánto tiempo intentando localizar visualmente al tipo que tenía mi abono y del que sólo me habían dado una vaga descripción física. Aquello fue un fiasco, porque definitivamente él no apareció en toda la mañana, y Paisley Park cerraba sus puertas hasta la tarde/noche para los conciertos. Antes de despedirnos, Bastich y Delores me tranquilizaban diciéndome que le localizarían en su hotel, que parecía un tío legal, pero un inevitable cosquilleo me siguió molestando toda la tarde.  

Había dejado de llover, aunque todo estaba hecho un asco. Julia, Angie y yo ya habíamos decidido desde el día anterior que éramos partidarios de hacer la cola que fuera necesaria, ya que nuestro interés era estar lo más cerca posible del escenario. También en esto tuve una suerte extraordinaria con mis compañeras, porque dependiendo de ellas como yo dependía, si hubieran planteado una opción contraria yo la habría asumido sin rechistar, apenado pero sin rechistar. Pero no, Julia y yo (Angie estaba allí más como acompañante de su hermana) éramos del mismo equipo. Y Todd, aunque no estuvo en los conciertos del primer día, también. Viva la primera fila (intentarlo)  

Hacer cola, aunque sea durante horas, nunca me ha supuesto ningún problema. Charlas, conoces gente con una afinidad común, el grado de sugestión ante lo que vas a presenciar más tarde va en aumento... Yo, que sólo había visto a Prince en España y Francia (y yo me defiendo con el francés) siempre he tenido buenas experiencias en este sentido. En Paisley Park también fue todo estupendo, aunque como ya he dicho, el hecho de no hablar inglés me limitaba en muchos aspectos.  


Cuando cerraron Paisley Park, a las dos de la tarde, un grupo de unas quince personas permanecimos ante la puerta. Había unas sillas por allí y nos sentamos. Yo era más o menos el octavo cuando ELLA, la séptima de la fila, se materializó ante mis ojos. En aquel momento me pareció la criatura más sexy que había visto en mucho tiempo, con su mirada de fuego y aquel hipnótico balanceo de cintura realzado por su ceñido pantalón de amebas. Cuando comprobé que estaba sola y que empezó a hacer amistad con "mis niñas" se me hizo la boca agua y se me sonrieron, disimuladamente, hasta las costuras de las entrañas (¡¡Yeah!!)  

Enseguida nos echaron de allí, el lugar para iniciar la espera no era ese, teníamos que salir del recinto porque iban a cerrar la valla. El problema de esta operación fue que los alrededores de Paisley Park estaban de obras y el poco césped que quedaba estaba calado por la lluvia, por lo que era imposible sentarse en algún lugar seco. Yo me imaginaba esa misma escena pero con la tormenta de la mañana y era terrible, porque Paisley Park es el sitio más desguarnecido del mundo; está, digamos, en mitad de la nada. Si le hubiera dado por llover no sé qué habríamos hecho. Pero no llovió.  

Yo estaba encantado, aunque la situación era bastante descabellada: llevaba un montón de horas nerviosillo y de pie, tenía los pies mojados, notaba el pequeño pero continuo calambre de no tener en mis manos la entrada, y estaba sólo con el desayuno en el cuerpo (o lo que quedara del desayuno) y sin posibilidad aparente de comer algo. Pero todo me daba igual, el simple hecho de pensar que esa noche iba a estar en la sala de conciertos de Paisley Park viendo actuar a Maceo Parker y a Prince a mí me hacía estar firme como un soldado feliz de pelear en su batalla.  

Era pronto para saberlo, pero el grupo que nos juntamos en aquel primer momento fue el mismo durante el resto de las jornadas. Además de Julia, Angie y Todd tengo que citar a Azuma (la "criatura sexy"), una cubano-japonesa de ojos verdes que vive en Oackland y de la que aún contaré algunas cosas; Jennifer, una africano-americana de Nueva York, con una sonrisa y una voz maravillosas; Senthil, un inglés muy simpático de ascendencia india que chapurreaba algo de francés; y Patrick, un pelirrojo que no llegué a saber de dónde era, y que se hizo muy amigo de Jennifer. Ellos fueron mis amigos y mi familia durante aquellas largas esperas. A nuestro alrededor casi siempre veíamos las mismas caras, y tratamos con mucha más gente, pero ésta es la cuadrilla con la que yo me arropé.  

Aquel primer día mi presencia allí causaba algo de sorpresa cuando el grupo se enteraba por Julia que yo había necesitado, por distintas cuestiones, sesenta horas de viaje para llegar desde mi ciudad de origen hasta MPLS. Lo sumaban al hecho de que yo no hablara inglés y, sobre todo, al hecho de que estuviera allí, el octavo de la fila, SIN ENTRADA. Me miraban con ojos a mitad de camino entre la admiración y la compasión, y me hacían un montón de preguntas que Julia se esforzaba en traducir. Yo me divertía mucho con aquellos "interrogatorios", y cuando noté que a Julia se le hacía muy pesado traducir mis respuestas, me arranqué, con ese pedazo de acento que os podéis imaginar, con un sonoro "¡MY NAME IS JUAN CARLOS, AND I'M A FUNKY! ¡¡MY NAME IS JUAN CARLOS, THE ONE AND ONLY!!", que causó sensación, jajaa, y provocó que me mirasen a la vez más de cien atónitos ojos, y que las chicas del grupo, tras haber despertado en ellas ese instinto natural de madre y de enfermera que todas poseen, me abrazaran y me achucharan. Y así es, muy resumido, como me convertí en una especie de "paleto sorprendente". Paisley Park, qué gran sitio, mmmhh...  

Creo recordar que las puertas exteriores de Paisley Park se abrieron a las siete y media los dos primeros días; la cola avanzaba entonces hasta otra valla donde picaban las entradas, y llegabas al patio por el que andando unos cuarenta metros entrabas en el edificio. Yo había quedado con Delores y Bastich a las siete, y tras todo el día de pie y definitivamente sin comer, algo empezó a ponerse cuesta arriba. A medida que se acercaba la hora mi nerviosismo iba en aumento. Habría ya unas quinientas personas esperando y yo no quería ni imaginarme la posibilidad de que abrieran las puertas antes de tener mi pase, teniendo que dejar que me adelantara todo el mundo. Mis nuevos amigos eran conscientes de mi tensión y trataban de animarme.  

A las siete y veinte, escasos minutos antes de la abertura (y yo al borde de un infarto) vi pasar un coche desde el que Bastich y Delores me hacían gestos de victoria, gestos de que tenían mi entrada, y algo gordo, muy gordo, se tranquilizó en mi estómago y yo me congracié con el universo. Mil millones de gracias, Delores y Bastich, por todo lo que hicisteis por mí aquellas semanas previas. Mil billones de gracias, Tim, Love 4 One Another también para ti.  

Vuelvo a recordar mi primera entrada en Paisley Park, esta vez para disfrutar de dos conciertos, con un cariño especial. En la valla que daba al patio picaban los abonos en fila de a dos. Detrás de mí se habían colocado "mis niñas", y a mí me tocó codo con codo con Azuma. Al margen del idioma, Azuma y yo habíamos conectado muy bien, cosas de la química. Caminamos juntos hasta cruzar el umbral de Paisley Park, y tras pasar por el detector nos dimos la mano y así entramos, como una parejita feliz, en la fabulosa sala de conciertos de Paisley Park. Permanecimos de la mano hasta que nos colocamos en la primera fila, un poco ladeados hacia la izquierda (junto a un hueco reservado para las guitarras de Prince), y nos sentimos como dos niños dedicándonos sonrisas y compartiendo emociones que no podíamos compartir con palabras.

Soy muy malo describiendo lugares, así que no diré mucho de aquel local. Me limito a decir que me impresionó, que esta pieza sí me gustó de verdad. Un techo alto decorado con enormes cintas y presidido en el centro por una gran bola de discoteca es la imagen que ahora me viene a la mente. Pero lo que de verdad me llamó la atención fue que quienes estábamos en la primera fila apoyábamos nuestros codos en el escenario, no existía la separación habitual entre éste y el público. Todo estaba ahí cerca, al alcance de la mano.  

Todo, cada momento bueno o malo de las últimas horas, días o semanas de preparativos, había merecido la pena... Y aún no habían empezado los conciertos. Aquello fue realmente emocionante, me gustaría ser capaz de transmitir esa emoción a través de mis recuerdos, e incluso contagiarla.  

No quisiera extenderme narrando las excelencias musicales de aquella Celebration. Las grabaciones pirata de las actuaciones de Prince circulan sin problemas en ese mercado paralelo (¡lo consiguieron! ¡¡qué tíos!!)  De alguna manera, a mí se me desbordó eso de estar cada día en un concierto -sin contar el del invitado-; no era capaz de asentar las cosas en la cabeza, de digerir y metabolizar mis emociones como había hecho cada vez que había visto a Prince desde que debuté en 1990. Tantos conciertos, tan diferentes, se me rebosaba todo a borbotones, y el tercer día ya no era capaz de recordar repertorios, ni qué día había tocado qué canciones. Pero te acostumbras. A mitad de semana, pasada la cuarta noche y sabiendo que sólo quedaban tres, fue cuando me di cuenta de que, adaptado al ritmo, yo podría haber continuado así durante semanas. Y rezas a todos los dioses del Templo para que aquello no acabe. Y cada nota te entra por un poro distinto.  

Aunque en el primer y el sexto día se repitió el esquema habitual de la gira ONA Tour (con sugerentes cambios, por supuesto), lo que Prince hizo aquellas siete noches consecutivas me pareció casi sobrenatural. Derrochó talento, elegancia, repertorio, simpatía... maestría, genialidad. Y todo parecía fácil, pero ese dominio del escenario, de la banda, y cómo conseguía que el público se le rindiera cada noche, no sería posible si no estuvieran bajo control muchos detalles "invisibles".  

Para mí y para mis recuerdos del presente y del futuro hubo dos orgías musicales en las que Prince osó traspasar las fronteras de lo humano: la cuarta noche, con un concierto de guitarra acústica (al que siguió una segunda actuación) y la quinta, con el concierto en el que más generoso estuvo con la guitarra eléctrica. Ambos delirios han pasado a formar parte de mí tanto como lo puedan ser mis venas o mis ojos. Y es que lo que sentí aquellas dos noches y lo que vi sentir a tantísima gente a mi alrededor no sabría expresarlo sin recurrir a ensoñaciones mitológicas. Afrodita atendiendo sus plegarias y dando vida a la estatua esculpida por Pigmalión. Orfeo al servicio de las nueve Musas en pleno siglo XXI.  

Vuelvo al mundo, que me he dejado llevar y se me ha calentado la mano. La banda sonaba fantástica, con Rhonda Smith al bajo, Renato Neto con los teclados, John Blackwell a la batería, Maceo Parker al saxo y Greg Boyer soplando el trombón. Aunque también hubo cambios e incorporaciones, y a veces actuaron junto a Prince Larry Graham con el bajo, Eric Leeds y Najee con los vientos, Mr. Hayes a los teclados, o incluso Kirk Johnson estuvo haciendo algunas percusiones. Quiero mencionar especialmente a Renato y, sobre todo, a Blackwell, a quienes no había visto nunca y me dejaron francamente anonadado. Con un acompañamiento así, Prince no tenía otra opción que dar lo mejor de sí mismo para conseguir que hasta las piedras se estremecieran.  

Brevemente, también quiero decir que quedé muy satisfecho con los conciertos de los artistas invitados. Maceo Parker, entregado a su trabajo; Sheila E., magia pura sobre un escenario, para mí de lo mejor de toda la semana; Victor Wooten, un bajista increíble, casi circense, que dejó pasmado al público; Norah Jones, dulce y tímida, algo sosita pero muy correcta ante su piano; Bernard Allison, un guitarrista a lo Hendrix que también supo ganarse la simpatía y el aprecio de los espectadores; Musiq, en mi opinión el más prescindible, a mí me aburrió bastante aunque cantase estupendamente; y Rachelle Ferrer, energía total, con una desarrolladísima capacidad de comunicación desde el escenario, se metió al público en el bolsillo. En fin, un balance extraordinario.  

El comportamiento del público estadounidense (aunque muchos no lo fuéramos) me pareció ejemplar. Era todo más sosegado que en España o Francia, pero no diría que el disfrute fuera menor. Se apreciaba una gran admiración por los artistas y un educado respeto por los vecinos. Incluso en las primeras filas, que es donde yo estuve casi siempre, había espacio para bailar y moverse, no existían las apreturas ni los agobios. Además, las noches cuarta, quinta y séptima estábamos todos ordenadamente sentados en sillas dispuestas para la ocasión. Y ahora que hablo del público, aprovecho para añadir que no vi ningún freak, si acaso algún personaje variopinto, pero nada que hiciera echarse las manos a la cabeza. Antes de viajar a MPLS yo me había planteado qué tipo de fauna nos juntaríamos allí, pero mis impresiones fueron inmejorables.  

También recuerdo como algo curioso que varios días, al acabar la velada, pusieron media hora de música de Prince, y la sala de conciertos de Paisley Park se convertía en una improvisada discoteca. He olvidado los repertorios pero normalmente eran remixes, versiones de éstas a las que yo no tengo, salvo excepciones, demasiado cariño; aunque debo reconocer que sugestionado por el lugar, y viendo cómo reaccionaba la peña y se encendía con el baile y el disfrute total, yo era el primero que se apuntaba a mover el culo. Todo tiene su momento y lugar. En todo caso, me satisfacía comprobar que la pieza más celebrada fue siempre la "intro" de "Bob George". ¡Qué gustazo bailar aquello en Paisley Park!  

Aparco el baile y la música para retomar el hilo de mis vivencias más personales en MPLS. Y vuelvo a colocarme con los codos apoyados en el escenario de Paisley Park, con Azuma a mi derecha y Julia a mi izquierda, aguardando la salida de Maceo Parker. En la espera tuve la suerte/desgracia de conocer a Raphy, un chico francés, todo un personaje. La "suerte" es porque con él pude charlar un rato (ese día y los siguientes) y a lo largo de la semana, cada día, me daba una información de lo que se guisaba por allí que a mí me venía muy bien. La "desgracia" es porque era el tío más desagradable y maleducado que me haya encontrado nunca en un concierto de Prince. Durante toda la semana vi a mucha gente que acabó de él hasta el gorro, la verdad es que era incomodísimo tenerle cerca, sobre todo durante las actuaciones.  

Durante el concierto de Maceo y buena parte del de Prince el cuerpo me respondió estupendamente. Con el día que yo había pasado, las mil horas de pie, los nervios por la entrada y sin comer, sumado a las jornadas previas que no habían sido sencillas precisamente, yo me sorprendía de estar allí sin el más mínimo atisbo de cansancio, viva el funky. Un momento destacable (extramusical) del concierto de Prince fue cuando algunos subieron a bailar al escenario con el "1+1+1 is 3". Prince se acercó a Azuma y la invitó a subir, imagino que su mirada de fuego tampoco había pasado desapercibida para él. Jejejejee, me río porque cuando Azuma volvió a su sitio yo me llevé el besote que no se atrevió a darle a Prince, jejejee, y hay besos y besos...  

...Y, de repente, el caos. Fue muy duro, no lo evoco con horror porque no pasó a mayores, pero en cuestión de segundos la gasolina se me acabó. Imagino que fue una hipoglucemia que se elevó a la potencia del cansancio físico y síquico acumulados, y creí que me daba un patatús. El concierto llevaba ya un buen rato, debió ser al principio de "Family Name". La música dejó de ser música y empezó a dar fantasmales vueltas en mi cerebro; yo ya no oía nada, los momentos finales de "Family Name" torturaban mi cráneo como si me estuvieran metiendo gelatina por los oídos, y como si esa gelatina, una vez dentro, intentara explotar. Di pequeños bandazos durante varias canciones y no recuerdo dónde conseguía sujetarme para no caerme al suelo. Y me dormí. Sí, me dormí sobre mis propios brazos apoyados en el escenario en el que Prince estaba tocando (!!!!)  Fueron tan sólo unos segundos...  Cuando recuperé la consciencia sonaba "Joy In Repetition", pero en mi cerebro seguía gobernando la confusión de sentir contra los huesos una masa viscosa. Mi pensamiento único, mi pesadilla, era qué ocurriría conmigo si aquello se prolongaba media hora más con Prince al piano, como yo sabía que estaba haciendo en los conciertos de la gira. Ha sido la única vez (y que así siga) en que he deseado con todas mis fuerzas, que eran escasas, que se acabara un concierto de Prince.  


No hubo actuación al piano, afortunadamente para mi salud, y aquel primer concierto de Prince terminó con el "Joy In Repetition". Salimos de Paisley Park, y Julia, Angie y yo cogimos un taxi para regresar al hotel. En cuanto me senté caí fulminado y me dormí. Era un trayecto de media hora, más o menos. Del taxi me arrastré hasta la cama y comí algunas galletas antes de acostarme. En los escasos minutos que estuve despierto con la cabeza tiesa sobre un almohadón, recapacité sobre lo que se me avecinaba. Algunos acontecimientos habían actuado en mi contra, evidentemente el resto de jornadas no podían ser tan demoledoras. Con todo, tras semejante paliza el primer día, buf, llegué a considerar que aquella semana iba a acabar conmigo. Pero qué va, menudo soy yo con funky en las venas (y comiendo y durmiendo en condiciones, claro)  

Al día siguiente me desperté en perfecto estado, se me habían ajustado todas las piezas. Desayuné en el hotel todo lo que me cupo en el cuerpo mientras los demás seguían durmiendo. Después, mis compañeros decidieron ir a comer antes de ir a Paisley Park, y, con el estómago todavía lleno, me zampé un plato combinado de los gordos, de los de chuletón. Este plan de desayuno, buena comida y desplazamiento lo repetimos un par de veces, pero como cada día queríamos ir antes a Paisley Park acabamos haciendo las comidas más de batalla allí mismo, ya que desde el segundo o tercer día, en los que el buen tiempo fue ganando terreno, en el patio de Paisley Park se colocó una furgoneta ambulante que hizo su agosto vendiendo pizzas, agua, refrescos y minidonuts. Yo desayunaba en el hotel hasta reventar, comía en la furgoneta hacia las dos y luego merendaba hacia las seis y media, y así entraba a los conciertos con el estómago en orden. "One pizza and one Coke, please", decía yo señalando con el dedo por si mi acento no daba la talla.

El segundo día, cuando aún éramos muy pocos quienes hacíamos cola a las afueras de Paisley Park, Prince pasó delante de nosotros conduciendo un deportivo biplaza descapotable. Este es el tipo de situaciones que a mí no me alteran el pulso, pero se generó a mi alrededor un revuelo que consiguió que Prince nos saludase con la mano. Algunos se alejaron hasta un cruce de carreteras para verle volver, o yo qué sé. Sin embargo fui yo quien obtuvo "recompensa", porque media hora más tarde, estando yo más solo que la una, Prince y su deportivo reaparecieron ante mí. Yo saqué de mi bolsillo una cámara de fotos desechable (que luego había que dejar en un coche), encuadré instintivamente y disparé. En aquel momento tuve la seguridad de haber sacado una foto estupenda, pues estaba convencido de haber acertado con el encuadre. Pues sí, acerté con el encuadre, pero la foto -revelada días más tarde en San Sebastián- es un desastre. Delante del coche aparece una chica, y de Prince sólo se adivina (y sabiendo que está ahí) la coronilla de un gorrito con colorines. Aunque como recuerdo no está mal.  

Ese fue el día del concierto de Sheila E., el día en que se estropeó el aire acondicionado de Paisley Park y el día en que Azuma se convirtió DE POR VIDA en mi "Little Angel".  

El concierto de Sheila E. fue una delicia, fue muy emotivo, y mi privilegiada posición -fila 2, en el centro- convirtió aquello en algo muy especial. Para sorpresa de todos los presentes, cuando no podía faltar mucho para el final, Sheila E. se emocionó al iniciar una canción y rompió a llorar. Intentó recomponerse pero no pudo. Abandonó el escenario y se sentó entre bastidores secándose las lágrimas con una toalla mientras su banda seguía tocando. Era un lugar resguardado pero yo la tenía delante de los ojos. Finalmente, reapareció, cantó esa canción, hizo el bis final y se acabó. Nunca podré olvidar aquel concierto, aquellas lágrimas y haberle estrechado la mano a Sheila E. mientras le daba las gracias de corazón.  

Terminada la actuación de Sheila E. desalojaron Paisley Park. Yo no entendía el motivo, pero alguien me explicó más tarde -puede que Integra y Sweez- que había problemas con el aire acondicionado. Los de las primeras filas nos resistimos un poquillo al desalojo temiendo perder nuestro sitio ganado a base de horas de espera. Creo que prometieron que se iba a respetar, pero, como cabía suponer, eso no sucedió; en cuanto volvieron a dar paso, los últimos fueron los primeros. Algo triste, pero vamos, que tampoco me pareció un problema grave.  

Lo que sí pudo convertirse en un problema fue que aquella noche, a la salida del concierto principal, me perdí de mis compañeros de coche. Prince acortó su show por los no solucionados fallos del aire acondicionado, y propuso que quienes quisieran fueran con él a un cine (yo no me enteré de nada de todo esto, yo ni siquiera pasé calor)  Es decir, que no fue una salida normal. Muchos cogieron el coche a la carrera, no sé, el caso es que me despisté un momento hablando con Bastich y Delores y mis amigos creyeron que me había marchado con ellos. Aunque nos buscamos, mis compañeros a mí y yo a ellos, no nos vimos. Glups.  

Enseguida me di cuenta del asunto y me puse algo nervioso, era evidente que si no encontraba a Todd (el chófer del grupo) me estaba metiendo en un buen lío, recordad que Paisley Park no está de paso de ningún sitio, es un lugar alejado y solitario, y muy mal iluminado a aquellas horas. Sin saber dónde estaba nuestro coche, corrí arriba y abajo por las dos zonas de aparcamiento y cada vez era más consciente de que la estaba cagando. Yo ya no estaba nerviosillo sino muy nervioso. Los segundos se hacían muy largos y cada vez se veía menos gente. Llegué a pensar que esa noche iba a tener que dormir allí mismo; al menos hacía una temperatura estupenda.  

Y Azuma apareció.  

Hay momentos en que el idioma no son sólo palabras comunes coordinadas. No sé cómo, pero ella entendía que me había perdido y yo comprendía que ella quería ayudarme. Me hizo montar en su coche, dimos varias vueltas por Paisley Park sin resultado, y finalmente se ofreció para llevarme hasta mi hotel. Bien, segundo problema: yo no tenía ni idea de dónde estaba mi hotel. Tan confiado estaba de que con Todd y "mis niñas" no iba a estar nunca en situaciones de apuro que no había tenido ni la prudencia mínima de coger una tarjeta con la dirección, una pardillada imperdonable.  

Yo sólo sabía el nombre del hotel y señalarle en un plano de MPLS el distrito en el que estaba. Azuma arrancó y se echó a la carretera sin rumbo claro, casi a la deriva. Me preguntaba si reconocía algo, pero la noche anterior yo había vuelto dormido, joder, qué desastre. Ella lloriqueaba por una alergia provocada por el maquillaje y, encima, nos paró la policía. ["Esto no puede acabar bien, hostias".]  Tras las preguntas de rigor y las explicaciones de Azuma, el policía nos dejó marchar después de ayudarnos con el mapa y hacer algunas llamadas. Azuma también llamaba (no sé a quién o a dónde) por teléfono. Llegó un momento en que todo parecía estar bajo control, pero para mí era una de las situaciones más patéticas de mi puta vida. No me podía creer de qué forma tan ingenua me había metido en un embrollo tan absurdo.  

Tan absurdo... y paradójico, porque yo estaba jodido de los nervios por lo que me estaba sucediendo y por lo que estarían pensando Todd, Julia y Angie, pero al fin y al cabo se daba la enorme casualidad de estar en un coche a solas con Azuma, la "criatura sexy". Y por una cabeza, y más en estados de tensión, acaban pasando muchas ideas. Muchas.  

No sé a qué hora llegamos pero sí sé que Azuma había conducido más de hora y media hasta encontrar mi hotel. A mí ya no me salían las palabras y ya no era capaz de "inventar" más inglés, así que todo lo que necesité exteriorizar lo hice en español. "Yo no sé cómo agradecer esto", pensé en voz alta mientras me hacía un juramento a mí mismo. Y cuando dije eso, misterios de la química, ella lo entendió. Lo curioso es que ella hablaba en inglés y yo también entendía sus palabras. Me decía que no era nada, que no tenía importancia, que le diera un beso y en paz.  

¿Que le diera un beso? Joder, en ese momento yo le habría hecho el amor hasta la extenuación, la habría hecho la madre de mis hijos, yo qué sé, por ella habría dado la vuelta al mundo marcha atrás... y ella me pedía sólo un beso.  

Considero normal que en aquella situación mi cabeza titubeara, y me tuve que plantear en milésimas de segundo si lo que ella quería era un beso o algo más... Y hay que ver lo traicionero que puede ser el subconsciente, porque lo primero que me vino a la cabezota fue un espantoso capítulo de "Bill Cosby" que había visto en la tele hacía años, y en el que un chico acababa en la cárcel por el terrible delito de haber intentado besar en la boca a una compañera de clase sin su permiso (o algo parecido)  Pues sí, esa es la parida que salió de mi cerebro, joder, quién me ha visto y quién me ve. Quiero creer que elegí la opción correcta; me limité a darle dos besos como dos soles, me bajé del coche y nos despedimos hasta el día siguiente. Y así es como Azuma se convirtió para mí, para siempre, en mi ángel, en mi "Little Angel".  

Mis compañeros de cuarto llegaron algo más tarde. Venían del cine y estaban enfadados conmigo porque creían que yo me había esfumado con Bastich y Delores sin avisarles, pero cuando me vieron el careto de susto y les conté lo que me había pasado, se sorprendieron y se disculparon. No hay nada como salir de casa y viajar para que te ocurran cosas. Ooooolé.

No estoy seguro pero creo que fue a partir de la tercera jornada cuando las vallas exteriores de Paisley Park estuvieron todo el día abiertas. La diferencia era notable: cuando cerraban el edificio al mediodía seguías estando dentro de la instalación. Y allí estaba la furgoneta de las pizzas, unas sillas y mesas con cartulinas y rotuladores por si a alguien le daba por pintar, había otro puesto de merchandising, unas canastas de baloncesto y un escenario en el que alguna tarde pincharon DJ's. En resumen, que en vez de una fría cola junto a una valla, la vidilla se apoderó de Paisley Park.  

El cuarto día la organización modificó dos cosas con resultado desigual, en mi opinión. Por un lado se decidió a entretener las largas esperas con pequeños juegos o concursos a cargo de dos animadores (uno de ellos era Damond Dickson, el antiguo "Game Boy")  Se podían ganar pósters, libretos de giras recientes, pins, algún CD single... Nada que no se pueda conseguir por otro lado, me dio la sensación de que aprovecharon para hacer limpieza en algún armario, aunque la idea, en general, me pareció buena. Pero por otro lado, y ahí es donde yo estoy radicalmente en contra de lo que ocurrió, una marimacho, con aspecto de carcelera de película, se ocupó de que la preferencia de la cola no fuera de quienes estuvieran esperando más tiempo sino de decisiones aleatorias a través de sorteos, números extraídos de una bolsa, o incluso un día cogió la cola cuando había unas doscientas personas, se acercó a la número cien, y formó la fila de a dos juntando al 100 con el uno, al 101 con el dos, etcétera. Yo me cagué en su puta bilis miles de veces, no quiero perderme en los detalles pero aquello de las colas arbitrarias fue sangrante y, a veces, bochornoso.  

Pero bueno, no dejaban de ser momentos puntuales. Recuerdo sensaciones estupendas en aquel patio; por ejemplo jugando al básquet, o cuando estuve un par de horas escribiendo postales a los amigos sentado justo enfrente de Paisley Park ("El lugar donde nacen mis sueños musicales" era la frase con la que jugué en algunas de aquellas cartas), o cuando en una de esas "colas forzosas" conocí a Connie, que resultó llamarse Consuelo Carmen Loyola por no sé qué movidas de sus padres, y yo le decía: "Joder, Loyola is a little place in my little city in Spain", y aunque ella no hablaba nada de español se quedó turulata, y nos divertimos mucho juntos intentando entendernos. O cuando pasó por allí Victor Wooten, o Maceo Parker (que estuvo echando unas canastas), o Greg Boyer...  y Julia, a la que Greg le hacía tilín y tolón, me agarró del brazo y me llevó de "acompañante/hombre objeto" para poder hablar con él. Julia se quedó muda y yo tuve que improvisar. Le dije que yo era de San Sebastián-Spain y el tío se puso muy contento, y me dijo que tocaba allí el mes siguiente. Yo me sorprendí y contesté: "I have the ticket. See you in San Sebastián", y me esfumé, porque mi inglés ya no daba para más y porque Julia ya había recuperado el habla. Me hizo mucha ilusión que Greg Boyer reconociera mi pequeña y lejana ciudad cuando se la nombré.  

Yo gané un CD single en uno de aquellos pasatiempos. A mí no me interesaban ni los pósters ni los libretos, pero veía en las manos de Damond unos singles de "2Gether" y me relamía como un gato al acecho porque yo no tenía esa chuchería. Las preguntas y respuestas me resultaban frustrantes porque creo que yo sabía contestar correctamente a casi todo, pero a veces no estaba seguro de lo que habían preguntado o no me sentía capaz de decir con "mi inglés" las soluciones. Connie me preguntó un día si no conocía las respuestas, algo así como "you don't know the answers?", y yo le respondí: "Oh, yes, I know the answers... but I don't understand the questions". Y le eché un sonrisote y ella se volvió a quedar turulata como cuando nos conocimos. Pero aún no he contado cómo gané el single de "2Gether". Azuma le dijo al animador que yo no hablaba inglés y que me hiciera una prueba distinta. Entonces me llevó a una de las canastas y me dio dos oportunidades para un enceste de tres puntos (distancia aproximada)  Me puse estúpidamente nervioso, jeje, y tras un lanzamiento muy chapucero, me concentré para el segundo y me gané el disco. Bien por mí.  

Me viene a la memoria un recuerdo que no sé dónde ubicar en todo esto que estoy escribiendo, así que lo coloco aquí a modo de paréntesis. A la salida del concierto de la tercera o cuarta noche se pudo disfrutar en MPLS de una extraordinaria tormenta de relámpagos. No llovía, o al menos no lo hacía cuando salimos, pero el cielo se iluminaba casi como si fuera de día con aquellos gigantescos chorros de luz. No sé si es normal que estos fenómenos atmosféricos cambien mucho de un lugar a otro, pero yo jamás he visto nada parecido. Insisto en su tamaño descomunal, en cómo se ramificaban por todo el cielo hasta donde alcanzaba la vista, dando al ambiente un aspecto indefinible, ya que no sabría decir si era festivo o espectral. Gracias a alguno de estos relámpagos conservo en la retina una imagen sobrecogedoramente espectacular de Paisley Park.  

Por culpa del gran despiste que yo llevaba sobre todo al principio, no me enteré de la existencia de las charlas o talleres (workshops) hasta media semana. Me perdí el de Sheila E., que me habría encantado presenciar, y me perdí otro de Renato Neto con Eric Leeds (si no me equivoco)  Pero sí tuve la suerte de estar en dos: el de Larry Graham y el de John Blackwell, qué dos fenómenos. Yo no entendía apenas nada de lo que explicaban, pero para mí era una forma agradable y diferente de ver en acción a esos músicos.  

El workshop de John Blackwell no lo vi entero. Al principio estuvo muy interesante para mí porque hablaba poco y aporreaba mucho, pero al rato el porcentaje cambió a mucha explicación y poco tambor, así que decidí salir de allí. Me abrí paso entre la gente hasta que llegué al pequeño pasillo donde quedaba la puerta de acceso al recibidor de Paisley Park. Estaba a punto de cruzarla cuando otra puerta, desde la penumbra del fondo, se abrió de golpe y alguien se me echó encima y nos chocamos, aunque nos evitamos bastante bien buscando nuestras respectivas derechas. Un recíproco "sorry" salía de nuestras bocas mientras yo me daba cuenta, oops, de que me acababa de tropezar nada menos que con Prince (¡con Prince Rogers Nelson!)  

Más allá de que fuera yo el coprotagonista del encontronazo, me parece muy sorprendente haber coincidido con Prince en un pasillo, sin guardaespaldas, sabiendo que por allí deambulaban en aquel momento cientos de fans. Él avanzó unos pasos y se colocó detrás de la última fila de quienes escuchaban a Blackwell. Yo permanecí inmóvil para ver qué hacía Prince, dudando de si sería capaz de meterse entre toda la gente. Premio a mi paciencia, Prince se puso de puntillas sobre sus tacones, y como no alcanzó a ver nada se giró 180 grados y se volvió a encontrar conmigo delante. Él llevaba esa cara tan seria con la mirada perdida en el suelo, como sumido en sus pensamientos. Por un instante pensé en estirar el brazo para estrecharle la mano pero me contuve, ya que no quise arriesgarme a que pasara de mí, preferí quedarme con la duda razonable. Lo que sí hice fue decirle unas palabras sacando a relucir todo el idioma que había practicado esos días (es broma)  Con una expresión aún más hierática que la suya, le dije simplemente "thank you, Prince", y él alzó los ojos y cruzamos brevísimamente las miradas. Respondió con un todavía más lacónico "thank you", y se esfumó por la misma puerta por la que había aparecido. Hombre, esto no es como haber salido de copas, pero tengo que reconocer que jamás había imaginado que viviría una situación como la que acabo de contar.  

Yo viajé a MPLS en junio de 2002 con la cabeza puesta exclusivamente en los conciertos de Prince, en cómo iba a disfrutar viendo tocar a Prince siete noches seguidas, y elucubrando cómo reaccionaría mi cerebro ante tan apetecible atracón. A medida que aquello avanzaba, incluso cuando una vez terminado todo me vi en mi casa recapacitando sobre mis vivencias en MPLS, me daba perfecta cuenta de que mi experiencia en Paisley Park trascendió mucho más allá de la música, mucho más allá de Prince y sus conciertos. Yo no estaba preparado, mentalizado, para tantas emociones; las que han tenido sitio en este escrito y las que no lo han tenido, que son muchas. Pero aún quiero contaros algunas. Fin de fiesta.  
El último día, supongo que es lógico, se sentía que el ambiente era distinto. Cada uno de los aproximadamente mil espectadores que nos juntábamos cada noche en Paisley Park viviríamos aquello con diversos enfoques, pero creo que no exagero al pensar que para todos tuvo que ser una semana sobresaliente, cargada de música en directo y vivencias, cada uno las suyas. Y todo esto flotaba en el aire la última jornada, yo lo vi reflejado en muchos semblantes.  

A la tarde colocaron por allí unas cajas llenas de tizas para que quienes quisieran pudiesen escribir algo en el suelo del patio de entrada y frente a lo que se supone que es la vivienda. El asfalto de Paisley Park se convirtió en un gigantesco mural. Yo también dejé mis pequeñas pintadas, una en cada sitio: "MG estuvo en Paisley Park con JC". MG es el amigo que durante más de diez años más me ha enseñado a amar y entender la música de Prince, uno de los que he citado al principio como pretendiente, algún día, a pisar el suelo que yo estaba pisando, la persona que más se alegraba de saber que yo -su amigo- estaba viviendo su sueño. Si en el futuro es MG quien tiene esa oportunidad, y yo me he quedado en mi casa, él deberá repetir la pintada. Más le vale, je.  

Cuando picaron el último número del abono regalaron en primicia un CD single con una reciente versión en directo de "Days Of Wild" grabada en Montreal, un detalle que a mí me gustó mucho. Antes de la actuación de Prince sortearon una guitarra, que, si no recuerdo mal, se la llevó un chico inglés. Pero la generosidad volvió a estar, ante todo y como cada noche, sobre el escenario, en el concierto con el que se clausuró aquel inolvidable festival. Fue un concierto directo al corazón, con un repertorio escogido para llegar muy hondo. Y las piedras no dejaban de temblar.  

Una de las imágenes que me asaltan con nitidez cuando pienso en aquel concierto es la de Connie (no confundir con Consuelo Carmen), una chica jovencísima y diminuta a la que Prince hizo subir al escenario, y aunque temblaba como un flan cantó "Manic Monday" de manera asombrosa, con el acompañamiento de la banda. Yo diría, incluso, que fue uno de los momentos estelares de toda la Celebration, porque a mí me dio la sensación de que Prince quiso poner a alguien en un apurillo y resultó ser él mismo el primer sorprendido. Recuerdo la cara de Prince, atónito tocando el piano, mirando a Blackwell que se reía, igualmente perplejo. Al llegar a la segunda estrofa Prince le mostró el cuaderno con la letra de la canción por si quería consultarlo, pero ella siguió cantando sin pestañear. Cuando terminó se produjo un momento fascinante, porque Connie, ante la gran ovación del público, se quedó quieta, sin saber si marcharse o si acercarse a Prince, al que miraba sólo de reojillo, y finalmente éste le abrió los brazos y le dio tal achuchón que estoy seguro de que todavía no han dejado de temblarle las piernas. Yo me alegré muchísimo de aquel "minuto de gloria" porque aquella chica era de los que hizo aún más cola que yo, cada día estaba allí de los primeros. Ah, y yo ya sabía que cantaba estupendamente porque ya había sido testigo de un fantástico "I Feel 4 You" a capella en uno de los juegos de las colas.  

A "Manic Monday" le siguió nada menos que "Soul Sanctuary", y a "Soul Sanctuary" nada menos que "God", en una larguísima versión en la que se produjo otra de esas anécdotas que recuerdo a menudo. En plena canción Prince hizo gestos hacia un reservado VIP y acabó subiendo al escenario a Kip Blackshire, el antiguo vocalista de la banda. No he visto en mi vida a nadie tan aterrorizado al coger un micrófono, su cara lo decía todo: no tenía ni puñetera idea de cómo era esa canción. El aprieto que Prince no había conseguido en una adolescente lo estaba logrando, quizá de manera involuntaria, en un cantante profesional. Le salvó que el estribillo de "God" es breve y repetitivo, y fue el público quien le echó un capote. Gorgoritos arriba y gorgoritos abajo, el hombre más agobiado del mundo consiguió salir vivo de allí tras haber sudado tinta de calamar.  

Traca final. Un "The Last December" que lo puso todo a flor de piel, la inesperada "Purple Rain" y una extensa mezcolanza de "Anna Stesia", "The Greatest Romance Ever Sold" y más cosas que yo no conseguía descifrar con el despiporre que se formó, pusieron el broche y el punto final al último concierto de aquella mágica semana. Qué semana.  

Terminado el concierto y encendidas las luces llegó el momento de las despedidas. Creo que las palabras más repetidas fueron "nos vemos el año que viene", allí todo el mundo estaba convencido (o deseoso) de que aquella sería una cita anual. Pero era imposible saber si aquello se repetiría y, en mi caso, si podría volver a permitirme ese lujo. De todas formas, las despedidas siempre eran en tono de fiesta, con muchos abrazos y deseos de que volveríamos a vernos. Lamentablemente, no me pude despedir de Azuma. Me dio mucha pena porque realmente era la persona a la que más me apetecía dar uno de aquellos abrazos, ella había sido mi ángel, pero no pude decirle adiós. Según me contó Julia, Azuma tuvo no sé qué problema con las llaves del coche y había tenido que salir a la carrera.  

Volvimos al hotel, y al acostarme la última noche que había de pasar en MPLS, eché la vista atrás y contemplé qué distinto había sido todo comparado con las angustiosas premoniciones que había tenido en aquella misma cama seis noches antes, agotado y atemorizado tras la paliza del primer día. Lo que vi fue un tesoro espiritual, fruto de una excitante experiencia enriquecedora en los planos humano y artístico. Una experiencia que, atendidos mis rezos, nunca terminará porque vivirá conmigo para siempre, para siempre en mi vida.  

A la mañana siguiente una lanzadera del hotel me acercó al aeropuerto, donde había quedado con Delores y Bastich para regresar juntos a España, vía Chicago-Zúrich-Madrid. Allí me llevé la sorpresa de volver a encontrarme con Jennifer, que cogía el mismo avión hasta Chicago. Y no me resisto a contar cómo me despedí de Jennifer cuando, una vez en Chicago, sabía que no tendría más oportunidades. Cogí su mano derecha entre las mías y le dije pausada y ceremoniosamente: "Jennifer, thank you for your smile, thank you for your eyes, thank you for your voice, thank you for your help, thankyouthankyouthankyouthankyou... You are in my soul forever in my life". Y acerqué mis labios a su oído y canturreé: "La Da Da Da Da Da Da Da...". Y Jennifer, que es una mujer pegada a una increíble sonrisa, se puso a exclamar cosas que yo no entendía del todo bien, pero me daba unos abrazos de oso bastante más internacionales que el esperanto.  

El viaje se hizo pesado y duro, pues a los tres aviones le sumé de tirón otras seis horas de autobús desde Madrid a San Sebastián. Intentaba recordar, y me animaba yo solo pensando en la posibilidad de que alguien hubiera conseguido grabar aquellos conciertos que parecían borrados de mi mente. Veinticuatro horas tenía para volver a colocar mi cabeza sobre los hombros antes de reincorporarme al trabajo diario y al planeta Tierra. No fue fácil, mis sesos eran un auténtico hervidero.  

De Paisley Park me traje algunos recuerdos tangibles: pins, un bolígrafo RAVE, un gorro, un botellín de agua XENOPHOBIA precintado, el abono de entrada firmado por Maceo, Blackwell, Renato y Victor Wooten, el CD single de "2Gether", el de "Days Of Wild", el CD "Rave In2 The Joy Fantastic", o la foto del coche y la coronilla de Prince. Todo eso está muy bien, son recuerdos que puedo ver, tocar o escuchar, y son piezas que tienen un incuestionable valor sentimental añadido. Pero prefiero dar mayor relevancia a valores más profundos, a lo que sentí y viví en aquel viaje, a lo que late dentro de mí después de todo aquello. He intentado  mostrar buena parte de esos latidos y esa experiencia escribiendo esta narración de lo que ME sucedió en junio de 2002 en Paisley Park, "El lugar donde nacen mis sueños musicales", un lugar donde la música consigue que las cosas adquieran vida propia. Mi relato sólo aspira a gustar a quienes lo hayan leído entero, y a acrecentar o hacer surgir vuestro deseo de ir a Paisley Park a experimentar vuestras propias vivencias.  

...A los tres o cuatro días me llegó un correo electrónico de Azuma saludándome y pidiéndome que le escribiera. Sus palabras fijaron una sonrisa en mi rostro, pero me hicieron sentir culpable de no haber cumplido aún el juramento que yo me había marcado a fuego la misma noche en que me había recogido, perdido en Paisley Park, y había conducido su coche durante hora y media, sin sumar el regreso hasta su hotel, a cambio de un simple beso. Entonces, tras contestar al saludo cibernético de Azuma, me dirigí a una floristería y pagué un dineral para que le llegara a casa, a la dirección que yo le había pedido con ese propósito, un enorme ramo de flores. En la tarjeta sólo puse "THANK YOU". Y en la fascinación de saber que aquellas flores tendrían alma en las manos de Afrodita, mi cabeza y el mundo recuperaron su sentido. La Da Da Da Da Da Da Da.  


Vivido, escrito, maquillado y corregido por JCHO - DMSR. Octubre de 2004.  

Publicado el 26 de octubre del 2004.

No hay comentarios: