10 de octubre de 2012

El genio de la lámpara


Poco queda a estas alturas que decir que los amantes de Prince no sepamos. Más allá de recorridos históricos, etapas cubiertas, variantes o ensayos que definan su obra, me gustaría detenerme en la esfera paralela que siempre ha distinguido la obra de este talento sin par, por encima de cualquier otro artista. 

Esa esfera se llama ilusión. La ilusión que proporciona desvelar su persona, reconocer lo distante, fascinarse con lo insondable, acercarse a la magia, soñar con lo imposible, descubrir la maravilla, hechizarse con el embrujo... Jamás ha existido en la historia de la música, un artista de recorrido popular, que haya hechizado tanto como Prince. 

Albergar una mente abierta por acercarse a lo ajeno, por descubrirlo, por entenderlo, reconocerlo, identificarlo... y lograr adquirir la capacidad para disfrutar con dicha esencia, es sin duda una filosofía de vida que confiere un plus añadido sobre nuestra autorealización vital; que quizás pueda incluso sosegar y enriquecer en algunos, algo de nuestras percepciones por este “paseo temporal” que resulta de nuestra existencia.

"¿Acaso no es lo más hermoso lo que más se ama? Las cosas bellas son difíciles; sólo has de perseverar...” Platón

Prince hizo de su carrera, un desafío destinado sólo al alcance de quien es capaz de concebir el arte bellamente. El definió la frontera entre lo popular y lo selecto. Al igual que no todo el mundo encuentra recreo perdiéndose por las galerías de los Uffizi, envolviéndose entre los violines de Puccini, o divagando con las aleccionadoras enseñanzas de los clásicos, del mismo modo, no todo el mundo fue capaz de aceptar y sumarse al desafío al que este pequeño genio sometió a su grey. 

El perfil, la formación y consolidación de nuestros gustos personales, están sin duda imbuidos de muchos condicionantes vitales que nos rodean desde nuestra más tierna infancia. A todos nos acompaña una circunstancia derivada hacia muchos ámbitos, que define nuestras diferentes vocaciones vitales, nuestras inquietudes, nuestros gustos y por supuesto nuestras preferencias hacia tal o cual vertiente artística.

Es indudable que las preferencias hacia ciertas "sintonías" musicales van ligadas a un concepto visual que las acompaña y por tanto, a una identificación social que las define. Prince recorrió  su sendero. Un sendero que invitaba a los amantes del Rock y a los amantes del Kitsch; a los amantes de Versace y a los amantes del Punk; a los amantes del Bronx y a los amantes de Paris. El cubrió todos los palos. Prince amó, y sólo aquellos que supieron amar como él, sólo aquellos capaces de amar bellamente, capaces de entender e interpretar con plenitud el amor en toda su extensión, fueron capaces de sumarse a la más bella orgía jamás concebida en la historia de la música popular.

“¿No sabeís que los que corren en el estadio todos corren, pero uno sólo alcanza el premio?” 1 Corintios.9-24. 

Cuando por fin perfilas en tu adolescencia, cuáles son las pautas que te seducen, cuál la música en la que te reflejas y cuál el arte que tú soñarías con crear, fue cuando él nos invitó a entrar. La “Musike” fue en los tiempos donde los dioses yacían con humanos, donde las diosas se encaprichaban de los mortales, el conjunto de artes dominados por las Musas. Nadie como Prince para etiquetar su Musike, como un absoluto ayuntamiento entre las emociones más sublimes.  

El supo definir como nadie la fantasía requerida para el más exigente de los amantes. Su mirada envuelta en Khol, su sátira sonrisa, sus mágicas posturas, sus cómplices alardes, te transportaban a lo lejano, a lo inalcanzable, a lo insondable, a lo misterioso, a lo fascinante... Como las aguas envueltas en poderosas corrientes, arrastrando todo a su paso, justo antes de precipitarse hacia la inmensa cascada, del mismo modo, fuimos arrastrados por su embrujo. 

Prince no sólo se destapó como un talento sin igual; no sólo sintetizó un melting-pot  arrollador capaz de integrarlo todo a su paso como un tifón. Prince concibió coreografía, derroche, fantasía, misterio, exhuberancia, estética, magnetismo, complicidad, tendencias, sexo, romance, imaginación... una exhibición desbordante de emociones y sentimientos no concebida antes por ningún otro artista.  

Acompañarle en directo significó para muchos bellos amantes, poder viajar en la alfombra mágica de los mil y un romances, con la que huir hacia mundos de maravilla; con la que atravesar leyendas fascinantes en las que perderse y soñar. Como el Genio todopoderoso liberado de su prisión, que se eleva majestuoso ensombreciendo la orilla de todos sus pares, del mismo modo, envuelto en rimel y con la misma sonrisa, decretó sentencias y cumplió los deseos de muchos huérfanos soñadores que intuían el listón con el que soñaban sin hasta entonces poder hallarlo. 

“Al borde del sendero un día nos sentamos. Ya nuestra vida es tiempo...” Antonio Machado. 

Con los viajes pudimos gozar de su referencia y con sus relatos. Pasado el tiempo incluso aprendimos que sabemos quién es; descubrimos que él es como nosotros; que le conocemos como a nosotros mismos; y tras los sueños, no nos fue difícil concluir que  una vez más, quien no supo amar, se quedó con sus pobres estereotipos; con sus prejuicios; con su pobreza de espíritu; con el desconocimiento de lo ajeno.  

Nada hay como la melancolía que evoca el gran amor. Nada como aquel cariño que nos hizo descubrir la vida. Un cariño que convierte en más fuerte esta unión; un cariño que hace que cada nueva nota suya nos acaricie una y otra vez. Un cariño que hace de aquella “ilusión”, un día a día donde la orgía deja paso también a los sentimientos; donde la intensidad se sustituye por el afecto; donde los bellos amantes que aceptaron la invitación de compartir su vida con él, siguen sabiendo degustar el verdadero valor de lo preciado. De lo eterno.

Escrito por Tritón.
Publicado el 1 de noviembre de 2006.

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