20 de junio de 2012

Bailando frente al espejo


Un recorrido por los afectos, desde la vida y la obra de Prince.  

“Me encanta bailar.... bailaría durante horas!” No es difícil toparse con una frase tan recurrente... Cualquiera de nosotros hemos escuchado en alguna ocasión a alguna persona pronunciarla. Esa persona baila, además de porque disfruta de su particular evasión, porque le gusta mostrarse, exhibirse, porque se sabe deseada, recorrida por quienes la rodean... Le gusta sentirse guapa, sentirse admirada y es consciente incluso con los ojos cerrados, que a cada golpe de cadera, en cada movimiento, habrá siempre unos ojos ajenos que se detienen en ella. Acaso bailaría sola con la misma intensidad, sin nadie que la rodeara, alimentándose de su propio reflejo? 

Sentirse deseado es gratificante. No sólo gratificante, es incluso reparador. El ser humano es capaz de interpretar muchas maneras de sentir afecto para un recorrido a veces tan carente de afecciones. Como las plantas en tierra desértica que convierten cada ínfima gota que las alimenta en un caudal que debe proveerlas durante meses, del mismo modo el instinto por el afecto hace que las personas tiendan a sacar el máximo partido en su vida de los mínimos gestos que puedan alimentarles o que las hagan sentir queridas.

Convertirse en una estrella del rock mundial sin apenas haber atravesado la adolescencia no es fácil. Súbitamente quedas privado de tu intimidad, de tu privacidad... Todas tus fantasías, tus sueños, tus presumibles locuras de adolescente quedan truncados; se convierten de la noche a la mañana en un imposible que te ves condenado a no poder cumplir. Es el precio de la fama. En función del carácter del famoso, ésta puede tornarse un pasaporte hacia todo tipo de excesos y caprichos, o por el contrario, en una pena carcelaria de muy difícil digestión. 

Still Waiting

No es fácil aventurarse hacia el mundo de los afectos cuando se está virgen de conocimiento, de seguridad en uno mismo, de una personalidad no definida aún, de un bagaje que te ayude a relativizar la vida, a saber reírse de uno mismo, a saber reírse con los demás, a caer en cuenta de que la vida es un constante chiste tragicómico en el que menos cosas de las que creemos tienen verdadera importancia. Qué sino el humor para dispensarnos de la cotidiana obligación de lo real, para hacernos sentir algo más cómodos y felices. Quizás, junto a la curiosidad, complete dos de los pilares básicos que alientan nuestro interior y nuestra socialización. 

A una estrella del rock se le sueña, se le siente, y sobretodo se le suponen muchas cosas. Todas buenas. Una estrella del rock ha de mostrarse un experto amante de igual modo. Ha de saber corresponder a su papel. Ha de saber amar como nadie y dar respuesta a los sueños y fantasías de quienes lo desean tanto o sienten la curiosidad suficiente como para pretender descubrirlo. Un sabio dijo un día que el “experto” es aquel que ha incurrido ya en todos los errores posibles sobre una determinada materia y aprendido con ellos. Para ser experto en afectos hace falta tiempo, hace falta aprender, saciarse con la vida, degustar las fantasías, beber de aquí y de allá, querer, amar, enamorarse perdidamente y cómo no, llorar noches en vela, hasta que un buen día se sienten agotadas las lágrimas y por fin sientes renovarse el sol. 

Cuando se ha recorrido todo el proceso, te conviertes en un experto amante en condiciones optimas para tu recreo, para disfrutar realmente de los demás y conceder preciso y exacto valor a quienes a partir de ahora se crucen en tu camino. El encanto de nuestra vida y quizás lo que también nos mantenga vivos con cierta inquietud, es que devenir experto conlleva un alto precio que todos hemos de sufrir en algún momento y por desgracia, no suele ser habitual tener la posibilidad de volver a disfrutar del amor que nos “licenció” para poder demostrar que ahora eres ya, quien no supiste ser. El amor es una cuestión de oportunidad, si esa persona llega demasiado pronto o demasiado tarde, no podrá recorrerse el camino. Ha de ser la persona precisa en el momento preciso.  

Screams of Passion 

Pocos artistas en el mundo del rock han sido capaces de traducir un “AmorSexy” de manera tan fantasiosa y sublime como Prince. Sus caricias, sus desgarros, su pasión y su ternura encontraron en su música el inmejorable vehículo transmisor de todos sus anhelos, de todos sus sueños, de sus fantasías.

Un talento nacido para la música, para la composición, para la instrumentación que condujo su instinto y su inspiración a la máxima expresión, con una ilusión desbordante, con una ensoñación envidiable. Prince se realizaba creando, escribiendo, ensayando, descubriendo sonidos, experimentando, engrandeciendo su música disco tras disco. Desarrolló un concepto de “totalidad musical” cada vez más alejado de sus pares. No paró de crecer hasta ir siempre por delante del resto. Cuando los demás sonaban a los 80, él, como en las películas del futuro, ya había logrado  transportarse a un sonido más propio de una década posterior. 

Prince vivía para crear y para compartir su música con sus fans. Su fascinante imperio de la estética derivaba de un instinto casi virgen. Se dejaba desear, recorrer, como la chica que baila en la discoteca. Se alimentaba de sus fans, de un amor real pero abstracto, de un cariño cierto pero ingrato, de un deseo potencial que no se plasmaría jamás. 

Los lógicos temores de juventud, su timidez, su precaución a que la realidad no chocara contra la leyenda del experto amante, fueron quienes, paradójicamente lo convirtieron en “Prince” para el resto del mundo: “el sátiro genio”, “la máquina sexual”, “el príncipe de las tinieblas”... Su imagen se convirtió en el más fascinante de los arcanos. Algo casi extra sensorial que traducía lujuria y perversión en fans propios y ajenos. Su mirada envuelta en rimel encubría sus posibles carencias, lo revestía de firmeza, de seguridad, de misterio, de erotismo... Era el atractivo de la chica que baila, deseando ser recorrida. Una turbación que embrujaba y hechizaba derivada de una ensoñación contenida.  

Esa “condena al aislamiento” y su ensoñación se tornó en un inagotable placer para muchos millones de personas. Componiendo encontraba la respuesta del público y su cariño. Trabajando era querido. La música se convirtió en su válvula de escape hacía el mundo exterior. Ello le permitía no sólo relacionarse con sus fans, también relacionarse con nuevos músicos, viajar, grabar en esta u otra ciudad, embarcarse en giras alrededor del mundo, aceptar colaboraciones de otros músicos, curiosear un correo interminable dirigido a su persona, verse en los media, sentir y constatar que se habla de él, comprobar que la gente le quiere y volver a dar respuesta de nuevo mediante su música. Se recreaba en definitiva con su trabajo, pero al mismo tiempo con la relación que tejió con su público. 

Sex Symbol 2 Many 

Una plena dedicación de cara a transmitir lo que llevas dentro y disfrutar del privilegio de poder divulgarlo al mundo entero no sólo no es perjudicial sino que puede convertirse en una necesidad. Una necesidad que muchos pudimos disfrutar año tras año. Para muchos fans, LoveSexy supone el punto de inflexión que separa el listón genial e inhumano de Prince frente al listón notable que lo define posteriormente; el disco que despide la música que Prince llevaba dentro de modo instintivo, brotada a borbotones gracias a una inspiración innata e inagotable frente al resto de su obra posterior. Muy pocos artistas fueron capaces de ofrecer tanto y tan bueno de modo tan continuado y sin altibajos como Prince. Nadie igualó nunca tantas matrículas de honor. 

Justo en el momento preciso de ver satisfecha plenamente dicha inquietud, año tras año, durante 10 consecutivos, fue cuando esa “solitud” bien llevada, corría el riesgo de convertirse en soledad. En la vida, la distancia entre lo natural y lo artificial se desliza por recovecos caprichosos, por oportunidades... Nuestra realidad y nuestras miserias pueden tornarse cisnes o convertirse en una bola de nieve cada vez más devastadora que nos arrastra al vacío más oscuro sin remisión. Tristes y célebres casos tenemos a la vuelta de la esquina conocidos por todo el mundo, sencillamente por no haberse atrevido a inclinarse hacia el amor en su día con naturalidad, pero dejemos de lado las metamorfosis hacia la autodestrucción y recorramos de nuevo por los senderos acordes a la naturaleza.  

También Prince, como el resto de la humanidad, necesitó una “Saviour”. No mil romances fabulados por la prensa que alimentaran la leyenda de la chica una y otra vez deseada en la pista de baile. Nadie como Mayte para redescubrirle la vida. Sex Symbol 2 many, pero mucho más que eso. Prince aprendió a estar, a ser, a amar y a reír de manera diferente a como lo hacía hasta entonces. El lo aprendió todo con ella y ella aprendió con Prince. El genio se convirtió en hombre y con él, desapareció la gravedad que lo arrastraba a esa percepción casi extra sensorial, casi sagrada, ya inasumible para la vida misma, que descubríamos en Graffiti Bridge acompañado de Aura, y que lo conducía a desgajarlo del mundo real. No se podía hacer de la parte, un todo. No se puede reconvertir nuestra necesidad afectiva en fé. Ello incurría el riesgo de arrastrarlo a un agujero negro del que no poder escapar, a la bola de nieve. A los dioses su porción,  y al amor lo que es del amor. 

The Dance 

Para los amantes de Prince, ir descubriendo día a día, año tras año, lo que latía tras esa mirada, y aprender a reconocerlo, no sólo hizo acercarles más a las propias debilidades, en las que hasta el mejor “latin lover” alguna vez se ha reconocido; también acrecentó ese cariño y esa querencia por el músico y su persona.  Prince no sólo paseaba ya su naturalidad en el Stage como el animal escénico que es. Traspaso la frontera, saltó al recinto de su público, del mundo exterior y se abrazó a la vida. El dedo índice que indicaba a Aura la trascendencia de los afectos, se tornó caricia para embriagarse con la más viva realidad, con la belleza más preciada. 

Vivir, crear, querer, llorar, evocar y seguir viviendo. Se trata de continuar la danza; de seguir danzando. La humanidad necesita bailar pegada, bailar siempre. Ya nos lo indicaba la marioneta en los camerinos con la Revolución: “Life is Bitch” y sin embargo, como dirían los clásicos, desdichado aquel que no pudo experimentar el sublime dolor. ¿Quién renegaría de el? Sin él no seríamos nosotros. El oficio de vivir no es fácil; cuando se aprende, tal vez sea ya algo tarde para todos. En realidad, la felicidad quizás no sea un destino; simplemente un trayecto y siendo así, qué mejor que crecer y curtirse con una banda sonora que no nos haga arrepentirnos de nuestro pasado. 

Escribir, hablar por hablar, componer, todo obedece a la necesidad de sosegar nuestra existencia, nuestras inquietudes, de sentirnos felices, de centrarnos en las cosas más sencillas de la vida que son las únicas importantes; cosas tan banales como sentirse en deuda con alguien y poder agradecérselo. Exactamente lo que sienten los fans de Prince, a cada nueva ocasión en que lo vuelven a ver: orgullo por ser quien es; cariño por definir sus dudas y convicciones junto con las nuestras y gratitud por toda una vida compartida con sus Musas. 


Escrito por Tritón.
Publicado el 25 de noviembre de 2006.

No hay comentarios: